miércoles, 20 de marzo de 2013

Trucos de casino

Miedo y palomitas

Anoche echaron en Cuatro Casino, de Scorsese, y el Madrid y el Barça jugaban un partido, y me enteraba de los goles porque el vecindario los celebraba como si les fuera la vida en ello.


Casino es para mí una gran película, aunque anoche no la volví a ver. Sale Sharon Stone, que se creyó que le iban a dar el óscar por este papel, pero no. Está Robert de Niro, actor fetiche del cineasta, y Joe Pesci, un actor que a mí particularmente me inquieta bastante, que siempre hace de malo (la mar de bien por cierto) y que tiene un final horrible en esta película.

Me persigue desde que la vi la escena de los bates de béisbol, en la que entierran vivos a dos tíos tras una brutal paliza. Esta escena me recuerda el momento justo en que me arrepentí de haber ido al cine a ver el film, porque yo siempre evito ver películas violentas, pero a veces me la cuelan. Y el personaje de ella, de la Stone, es desesperado y triste. Yo creo que Scorsese no se siente cómodo construyendo personajes femeninos y destaca más por sus personajes masculinos. Este director ha hecho desde luego obras maestras, como Taxi Driver, con Jodie Foster y De Niro, y muchas otras que reconozco que no me ha dado la gana de ver.

Esto de que no me vayan las pelis de miedo fue una gran limitación siendo profesora de cine, porque tengo bastantes asignaturas pendientes, como por ejemplo La Naranja Mecánica, de Kubrick, o Apocalypse Now, sobre cuyo infernal rodaje me he leído hasta el diario que escribió sobre el mismo la mujer de Coppola, pero tampoco he querido ir a verla.


Me impactó y me encantó Los otros de Amenábar, que no pude dormir en dos días de la impresión y dos amigas que vinieron conmigo al cine se rieron de mí lo más grande a causa de esto. Pero me pareció soberbia, devastadora, que me lo hubiera parecido mucho más si no hubiese visto previamente El Sexto Sentido, de la que me gustó su sencillo guión perfectamente armado y su final explosivo. La he vuelto a ver varias veces como ejemplo de escuela de estilo, de cómo se puede armar una película.

El caso es que como ya digo evito concienzudamente ver películas excesivamente violentas, pero inevitablemente éstas me persiguen. En un mundo tan violento como éste, apago el telediario cuando dicen la frasecita de “las imágenes que van a ver son muy duras”. Creo que todos seleccionamos en parte la realidad que queremos ver para no volvernos locos. Que nos creamos una burbuja de felicidad en forma de familia, trabajo, amigos, para no perecer en la espiral de barbarie que es este mundo actual, lleno de guerras e injusticias.


Pero llevo imágenes conmigo de los premios Word Press Photo, sobre las injusticias del mundo, e imágenes de películas tremendamente duras que no me abandonan…Y en esto de la creatividad, tengo que recurrir a Bradbury cuando dice que lo que te tortura o lo que amas es la leña que alimenta el fuego de lo que escribirás. No tengo ninguna fascinación por la violencia en sí misma, pero me inquieta…y no sé cómo responderme ante ella a veces.

lunes, 18 de marzo de 2013

Cuento de la abuela

La abuela se levantaba a las seis de la mañana y consideraba que ya habíamos dormido todos bastante. Se ponía a gritarle al gato, uno de sus pasatiempos favoritos, y cuando harta de dar vueltas en la cama te levantabas a tomar el desayuno, ella amasaba delante de ti toda una mezcla de carne, sangre y miga de pan que luego se convertirían en una magníficas pelotas, pero que en ese momento era un contraste demasiado fuerte para un recién levantado estómago.


En la casa los animalillos provenientes del patio y las huertas vecinas campaban a sus anchas, a pesar del uso a granel de la lejía, hasta que apareció la muy eficiente gata Misi, que una vez en sus correrías capturó una mantis religiosa, y una vez muerta, la levantaba con sus patitas por los aires, una y otra vez, diciéndote miau para que admiraras su proeza. Por supuesto, la jaleábamos sin dudar.

Conocer a la abuela marcaba sin duda tu existencia, y aunque tenía muchos defectos, era muy generosa; mis amigas siempre estaban por allí, quedándose a dormir, a comer o a cenar. Una de las cosas que decidí cuando empecé mi adolescencia fue dejar de ayudar a la abuela a matar los conejos. No era un trabajo excesivo porque consistía únicamente en sujetarle las patas al conejo para que la abuela le cortara certeramente el cuello. Yo siempre miraba a otro lado mientras lo hacía. Luego, para qué engañarnos, el conejo estaba suculento en el plato.

Mis amigas de la ciudad alucinaban con las costumbres del pueblo y la verdad es que lo pasábamos pipa. Una noche que no salí pero las demás sí, oí un gran estruendo en la cocina. Me levanté y flipé con la imagen de Estela, que llevaba un abrigo negro con las solapas levantadas, la melena rubia desordenada y bamboleante, y agitaba la escoba con ahínco una y otra vez para liquidar a un pequeño ratón. Parecía una imagen fantasmagórica. El resto de las amigas gritaban aterradas subidas a las sillas y sillones de la gran cocina ante la visión del pequeño roedor.

La moda era entonces que todas las niñas de 14 años llevaran minifaldas con profusión de volantes y lunares, que ahora que lo pienso eran horrorosas, pero entonces yo creía que eran ideales. Y además, uno ansía siempre lo que no tiene. Mi abuela decidió que aquélla era una moda indecente, así que yo siempre iba con vestidos largos con puntillitas hasta los pies, lo que me hacía sin duda diferente, y a esa edad no quieres ser diferente de ningún modo.

El pueblo ahora ha crecido mucho, pero los niños siguen jugando por la huerta, ejerciendo una preciosa libertad que yo también disfruté en mi infancia. La abuela ya no está, pero a veces, cuando la rememoro, creo oler el aroma a almendras perfectamente tostadas para el aperitivo, y no olvido el sabor exquisito de sus guisos cuando nos reunía a todos en torno a la mesa familiar.

La casa familiar sigue en pie. Y creo que mi vida de ahora es mejor en parte gracias a lo feliz que fui allí. Porque los mejores recuerdos nos acompañan por la vida y quizás nos hacen sonreír en un momento inesperado…

jueves, 7 de marzo de 2013

La radio

Me encanta la radio, siento que es una gran compañera de la vida. Escucho la radio cocinando o en el coche, porque lo bueno y lo característico de este medio es que puedes hacer muchas otras cosas mientras lo escuchas.

Reconozco que soy una forofa de Radio 5 y podría vivir mi vida al ritmo de esta emisora. Hay secciones geniales como la de Polvo eres, la original sección sobre los ritos mortuorios de todo el mundo, a cargo de la brillante periodista Nieves Concostrina; y aunque no sea propiamente una emisora de música emite una música excelente, de lo mejor que he oído en la radio, muy buenos reportajes culturales, sociológicos, económicos, de todo tipo.


En la radio ha habido grandes hitos. Hay uno que me parece muy entrañable, por la ingenuidad de la gente de la época, como cuando Orson Welles radió una adaptación de La guerra de los mundos de H.G. Wells en 1938, y logró que muchísima gente en las costa Este de los USA creyera que verdaderamente les estaban invadiendo los extraterrestres. Recientemente Spielberg llevó la obra de Wells al cine con el señor Cruise como protagonista.

Otro hito no tan entrañable pero sí muy eficaz, fue el uso de la radio en las dos guerras mundiales, mediante la propaganda realizada por contendientes de uno y otro bando (por ejemplo había emisoras de radio inglesas que se hacían pasar por alemanas para desalentar a la población germana). En la II guerra mundial esta propaganda no fue tan efectiva porque los ciudadanos ya habían descubierto que sus odios y sus pasiones habían sido manipulados por los poderes de uno y otro bando en la I Guerra Mundial. Fue un gran aprendizaje para la opinión pública mundial.

A la hora de las noticias, la radio es la más rápida. Y sobre todo es muy efectiva en las noticias inesperadas y sorpresivas. La radio llega antes que nadie a un sitio y empieza a emitir en ese mismo momento. La televisión tiene a veces que conformarse con poner una imagen por ejemplo del mapa del lugar determinado donde ha habido un atentado y como mucho quizás transmita una crónica telefónica del corresponsal más cercano al lugar de los hechos.


La radio es un medio muy creativo que creo permite más innovaciones que el medio televisivo, medio éste tan sujeto a las audiencias y a los anunciantes. He escuchado verdaderas joyas de reportajes, dramáticos, y los recursos sonoros tienen la capacidad de hacerte evocar un determinado ambiente, puedes imaginar un rostro determinado para una determinada voz... Como con la lectura, al escuchar visualizamos las imágenes que queremos en nuestra mente gracias al embrujo y la connotación de las diferentes palabras y efectos sonoros.

Cuando apareció la televisión se pensó que ésta acabaría con la radio y con el cine. A la larga se ha demostrado que cada nacimiento de un nuevo medio no acaba con los precedentes, sino que el ciudadano los adopta como complementarios a la hora de buscar información o disfrutar con un buen programa. La radio pues sigue ocupando un lugar estelar en nuestras preferencias informativas o en nuestro uso del tiempo libre.

lunes, 4 de marzo de 2013

¿Como cerrar un blog?

Detrás del Viento Norte ha cumplido un ciclo vital, así que he decidido cerrar este blog. Gracias al blog he conocido a gente estupenda, y quiero dar las gracias a todos mis lectores y comentaristas por haberme acompañado en este hermoso viaje.

El blog permanecerá en la red un tiempo aunque ya no escribiré en él. Probablemente abra un nuevo blog pronto, pero ya con otra identidad, con otros temas. A veces hace falta un cambio.

El título de Detrás del Viento Norte está cogido de un pequeño cuento británico de principios de siglo, en el que un viento frío y helado transporta a los niños a un país más allá de Londres, donde florece la primavera.

Llegar a Detrás del Viento Norte es duro porque es un viaje gélido pero la recompensa es grande porque las tierras que se esconden detrás de este Viento son acogedoras y cálidas.

Ariel quiere salir de las profundidades y para ello se provee de un par de piernas, porque quiere sentir los rayos del sol sobre su piel. Quiere respirar aire puro y relacionarse con los seres humanos. No ha tenido que dejarse la voz por el camino ni ceder a ningún chantaje, pero quiere ser fiel a su decisión, tomada libre y sopesadamente.

Así pues, gracias por todo. Os deseo lo mejor del mundo